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1

Águilas


Vuelan alto.
Con las patas en la tierra no son gran cosa
(incluso gansos, teros, y palomas son mejores)
van demasiado preocupados sorteando
rocas, obstáculos, estupideces.

En el aire en cambio,
si usted los viera Señor,
son magníficos.

Algunas mañanas, cada mediodía y ciertos atardeceres
en pleno vuelo,
con las alas extendidas
se miran, se rozan, se invitan, se rechazan
y vuelven a empezar.

Vuelan tan alto
que a veces les cuesta encontrarse.

Otras veces se encuentran
pero no se ven
(aunque sabemos lo bien que ven las águilas)
y otras, se encuentran, se ven,
pero no se reconocen.

Vuelan alto,
muy alto,
y les jode demasiado
andar en tierra,
esquivando rocas
obstáculos
estupideces.
Porque en el aire
mientras vuelan
y se encuentran
y se miran
y se reconocen
y se rozan
y se invitan
y se rechazan
y vuelven a empezar,
usted ya sabe, Señor,
son magníficos…

Pero suele sucederles a veces,
que no se encuentran…
y entonces, nada se puede hacer.


Mario Mendez Andalus



2

La hoguera

De modo que:
el recuerdo de sus ojos
dejará de ser motivo
de tempranos amaneceres;
y la imagen de su cuerpo en mi memoria
ya no será responsable de tempranos orgasmos.

Su cuello
ese campo de batalla entre la mente y el cuerpo
nunca mas será
el blanco soñado de besos y saliva;
su mirada
tampoco será, entonces,
el presagio de un dia mejor.

Nostalgiar
cada uno de sus gestos
será justa causa
de severas reprimendas;
cada sonrisa suya
será computada
como punto a favor de la vida,
pero se prohibe alimentar otras fantasías.

La tristeza
ya no caerá derrotada
por la suave cadencia de sus caderas.

El encendido deseo
de una noche en su piel
se apagará como una hoguera bajo la lluvia.

Mario Mendez Andalus

3

Atlas de Vos

Organizo encuestas,
censos y seminarios,
le pregunto a la gente
en la calle y en los trenes.
Veo al viejo Nicola
y le cuento de vos.
Consulto el diccionario
de sinónimos
de antónimos,
de parónimos,
de inglés/castellano ( y viceversa)
la enciclopedia Salvat,
el libro Gordo,
la Biblia.
Hago espiritismo
y me contacto con alguien…
le pregunto pero no entiendo,
un médium me explica:
“está hablando en japonés tucumano”
digo: “la pucha, si estuvieras acá”.
Me hago Budista,
Hare Krishna, Dalai Lama,
y aprendo a rezar.
Compro desodorante,
cepillo de dientes,
hilo dental.
Me hago bueno, me civilizo,
dejo el garrote, abandono la caverna
y alquilo departamento
pongamos por caso: Almagro.

Pero no hay manera,
me canso…
y vuelvo a empezar.

Me reúno con el Brujo de la tribu
y le muestro tus mapas,
un bosquejo de tu rostro,
el perfume de una tarde,
el sabor de ciertos labios;
le cuento tu geografía,
tus accidentes,
tus bahías y acantilados,
le explico de tus ojos,
de una boca encendida,
de besos profundos y buenos,
le nombro como al pasar:
tu tristeza
tu risa muda
tus frases, tus consignas,
intento describir:
tus temores
tus enojos
tu asombro por el mundo…
Pero no da resultado:
nadie me explica
como se llega a vos.

Mario Mendez Andalus

4

Constitución

La noche es fresca.
El aire de Constitución me devuelve un olor acre pero agradable.
Desde el centro de la plaza se ve el frente de la estación que es lúgubre y bella.
Mientras camino soy un punto entre la gente, uno mas, y también uno menos; soy la oveja negra, el petróleo en la nieve, la mosca en la sopa.
Soy un blancomóvil. La “bala perdida que viene por mí” me encontraría con facilidad si esta noche decidiera buscarme.
Llegando a la estación el aire cambia, se envilece.
Las almas puras que por aquí circulan no logran conjurar el maleficio. Algo vibra en negativo y deseo llegar al tren.
Me espera un viaje ácido y pesado, como los gestos de desprecio, los perros mojados o los sueños de la infancia que daban miedo.
Los aliados en la derrota nos miramos en silencio.
Nada aquí evoca el mar, el olor del verde o los amaneceres.
Esta ciudad está maldita.
Por eso huyo.
Porque no encuentro conjuro.
Por la bala perdida.
Por los que durmieron en la estación anoche y hoy otra vez.
Porque no hay nada que me recuerde a vos…
Y sin embargo, te recuerdo.



Y también...un par de cuentos


Manu, Nadine y otros premios
a Matías

Arístides Winner y Manu Naranjo eran compañeros de 7º B Turno Tarde.
Arístides era alto, elegante y sus ojos verdes enormes resaltaban entre aquella cabellera dorada llena de rulos. Manu era bajito, algo cachetón, y tenía un remolino en el pelo.
Arístides sabía cuando sonreír. Manu tenía una linda sonrisa.
A los trece años, Arístides, parecía tener resueltos todos los problemas, o al menos aquellos que no tenían solución para Manu y el resto de sus compañeros: sabía como hacer para que todas las chicas quisieran ser su novia (incluida Nadine que era la más linda), como caerle simpático a las maestras, sacarse 9 o 10 en todas las materias, no ensuciarse la ropa o el guardapolvo, hacer germinaciones espléndidas, jugar bien al voley, al basket, o hacer goles en todos los partidos de fútbol.
Manu tenía notas bajas en casi todas las materias, aunque en Sociales se la rebuscaba bastante bien. Las chicas no le prestaban particular atención, salvo cuando participaba en los actos del cole porque, eso sí, le salía lindo.
Manu volvía casi siempre con la ropa manchada a su casa, para enojo de su mamá que ya estaba cansada de tener que retarlo todos los días por lo mismo. La verdad es que Manu era un poquito desprolijo y algo descuidado para sus cosas…
Manu admiraba a Arístides. Arístides no le daba gran importancia a Manu… En realidad Arístides no le daba gran importancia a nadie…excepto a él mismo.

Una tarde entró al aula la preceptora y pegó al costado del pizarrón un volante con un título bien destacado que decía:

“Gran Torneo de Fútbol 5”

La preceptora explicó brevemente en que consistía el torneo:
“Podrán participar equipos formados por alumnos de 7º grado y 1º y 2º año de ambos turnos. Se jugarán cuatro partidos por simple eliminación mas un quinto partido: La Final.”
Esa tarde, 7ºB empezó a organizarse. De las discusiones, siempre dirigidas por Arístides, surgió el equipo titular y los cuatro suplentes.
Al otro día el Petu contó que su papá había sido jugador en la reserva de Almagro y que se había ofrecido para dirigir el equipo.
Todos estuvieron de acuerdo menos Arístides quien con gesto sobrador preguntó:
-¿Y por qué tiene que venir a dirigirnos un extraño?
- Es mi papá, no un extraño- contestó el Petu.
Arístides lo miró gozándolo y con lógica implacable agregó:
- Para vos no será un extraño, pero acá ¿quién lo conoce? ¡Levante la mano el que quiera que el padre del Petu sea nuestro técnico!-
Nadie se animó a levantar la mano, ni siquiera el Petu.
- Ahora levanten la mano los que quieren que el técnico sea yo, bah! técnico y jugador, claro -.
Aunque sin convicción, todos levantaron la mano.

A la semana siguiente empezó el campeonato. Los dos primeros partidos los ganó con comodidad 7ºB: 9 a 4 el primero y 11 a 5 el segundo. El tercer partido terminó empatado: 4 a 4, pero en la definición por penales se impuso 7ºB: 7 a 5.
El equipo era bueno y a pesar de que la dirección técnica no era mas que un conjunto desordenado de caprichos, los resultados los acompañaban. Arístides no ahorraba críticas a sus compañeros y se las hacía saber de manera odiosa. Hasta ese momento no habían podido disfrutar de los triunfos por el sabor amargo que dejaba en el equipo las palabras de Arístides.

Al día siguiente del 3º partido Arístides cumplió años. Manu vio con el corazón en la mano el momento en que Nadine le regalaba la media medalla y como este se la guardaba en el bolsillo del guardapolvo en lugar de colgársela.

La situación de Manu en el equipo variaba de acuerdo a los vaivenes emocionales de Arístides. En el primer partido jugó mal, hay que reconocerlo y Arístides lo hizo salir antes que terminara el primer tiempo. En el segundo partido en cambio jugó muy bien, hizo dos goles y defendió con gran calidad. Sin embargo, en el segundo tiempo hizo banco. En el tercer partido no jugó.
El cuarto encuentro se suspendió porque el equipo contrario no se presentó.
Casi sin darse cuenta el 7ºB Turno Tarde estaba en la final.
Para ese decisivo partido el adversario fue él más temido: 2º año 3º división del turno mañana.

La final se jugó un sábado a las once de la mañana. Antes del partido Arístides les habló a sus compañeros:
- Bueno, llegó el momento. Ahora vamos a saber quien es quien. Para bancarse una final hay que ser un ganador. Estos pibes de 2º 3º son de verdad muy grossos. El que se achique va al banco. Las nenas no juegan al fútbol y mucho menos ganan finales. Los debiluchos no sirven para estos partidos. ¿¿¿Queda claro???.
Nadie contestó; pero Manu sintió que cada una de esas palabras eran para él.
Arístides tomó la pelota y miró gozador al resto del equipo y antes de salir del vestuario, agregó :
- El que me haga quedar mal, cobra-
Cuando 7ºB salió a la cancha se encontró cara a cara con 2º 3º.
Estos…¿ eran los pibes o sus padres?
El equipo estaba compuesto de “señores” con bigotes incipientes, melenas espléndidas o calvas relucientes y amenazantes. Las piernas musculosas y el mas del metro setenta de la mayoría de los jugadores le dieron miedo a Manu. Estos “señores” trotaban, elongaban y pateaban al arco como jugadores de verdad.
El partido empezó y les tocó sacar a los de 7ºB. Hicieron dos toques y el tercero fue a los pies de 2º 3º. Pasaron mas de dos minutos y la pelota sólo conocía los botines de los “pibes señores”. 7ºB sólo volvió a recuperar la pelota para sacar del medio: 1 a 0 abajo. Manu sacó, se la dio al Petu y este se la devolvió. Un “señor” con el número 5 en la espalda le robó la pelota y con un solo toque se la puso en la cabeza al “señor 10”, que convirtió con gran facilidad.
El 2 a 0 a sólo tres minutos del comienzo dolía en el alma.
Manu buscó con la mirada a Arístides esperando la reprimenda. Lo encontró escondido entre los defensores contrarios con la cabeza gacha sin decir palabra. Recién en ese momento Manu se dio cuenta que Arístides no había hablado, ni había dado indicaciones, ni la había pedido a los gritos como solía hacer.
En la jugada siguiente Manu lo buscó para tirarle una pared pero como Arístides no se mostró, pateó al arco; el arquero rival tapó bien, pero dio rebote y la pelota le quedó en los pies de Arístides. Tardó en acomodarse y cuando iba a rematar el “señor 2” lo barrió bien abajo y Arístides se desplomó, tardó en levantarse y desde el suelo le murmuró algo al “señor 2”; éste lo escupió en plena cara y cuando Arístides se levantó del suelo sollozando “el señor 2” le aplicó un bife en la nuca.
Manu nunca supo que le pasó por la mente en ese momento, pero cuando se dio cuenta le estaba dando un puntinazo en los tobillos al “señor 2”. El "señor 2” lo miró con odio y le reboleó una trompada que Manu esquivó con gran velocidad de reflejos. Ante el desconcierto del grandote, Manu volvió a pegarle otro puntinazo en los tobillos. Parece que esta vez le había dolido, porque el “señor 2” cayó al suelo. En ese momento escuchó al Petu que le gritaba “guarda Manu” al darse vuelta se encontró al “señor 5” que se le venía encima. Retrocedió un paso y sacó un derechazo que impactó en la mandíbula del “señor 5” que se quedó petrificado y dolorido sin saber que hacer. ¿Dónde había aprendido a pelear así? No lo sabía, lo cierto es que todo lo que siguió después es mas confuso. Manu solo pudo ver a Chamo corriendo al “señor 10” y al Petu empujando con gran fiereza al “señor arquero”. En ese momento entraron a la cancha algunos padres y entre ellos y el árbitro pararon la batahola. El juez suspendió el partido y le otorgó el triunfo a 2º 3º por considerar que fue 7ºB quien empezó la pelea.
2º 3º era el nuevo campeón.

Cuando los golpes se disiparon Manu buscó a Arístides, tal vez para preguntarle como estaba, tal vez para disculparse por haberle hecho perder la final a su equipo. Pero Arístides estaba lejos, detrás del arco rival, semioculto, colorado de miedo y de vergüenza. Manu nunca lo había visto así: despeinado, desprolijo, asustado.



El sábado siguiente se hizo el baile de egresados en el colegio con los pibes de todos los séptimos. Y entre aplausos, silbidos y empujones Manu recibió el premio al mejor compañero. Un pergamino algo arrugado aunque escrito con la inconfundible letra de Nadine, rezaba:

“A nuestro mejor compañero,
para que nos recuerdes siempre”

y debajo, en primer lugar y antes que ninguna otra, la firma de la mujer amada.
Nadine.

Esa vez Nadine bailó toda la noche con Manu y aunque no se animó a besarla, como tantas veces había soñado, se sintió muy feliz de tenerla tan cerca...



Han pasado muchos años de esta historia que hoy les relato.
Informaciones, no siempre confiables, nos dicen que Arístides Winner se recibió de abogado siendo muy joven y que siempre trabajó asesorando grandes empresas, hasta que decidió dedicarse a la política y llegó a diputado de la Nación.
Manu Naranjo se recibió de maestro y trabajó varios años en su profesión mientras estudiaba psicología en la Universidad.
Dicen que Arístides Winner apareció varias veces en la tele, casi siempre defendiendo leyes que nunca ayudaban a la gente. Una vez dicen haberlo visto rodeado de guardaespaldas mientras la gente de una manifestación de desocupados le arrojaba huevos a la salida del Congreso.

Manu Naranjo nunca apareció en la tele, pero algunas personas sostienen haberlo visto por las mañanas dando clases de apoyo a los pibes del barrio en una Sociedad de Fomento de La Matanza.
Otros juran haberlo reconocido atendiendo pacientes, por la tarde, en una salita de Ciudad Oculta.
Y otros cuentan haberle acercado huevos para que los llevara al comedor comunitario en el que ayuda casi todas las noches.
Como sea, y mas allá de que se nos escape algún detalle, es muy bueno saber que Manu no ha cambiado a pesar de los años.
Estas informaciones, como siempre incompletas, no aclaran si Manu Naranjo llegó a ser alguna vez un alumno de 9 o 10 puntos, ni siquiera podemos asegurar un 7.
De lo que sí estamos seguros es que Manu, por suerte, ha seguido siendo nuestro mejor Compañero.

Fin

Primavera de 2003








Otro Cuento

La Morocha o la solidaridad del Wing Izquierdo

Llegué a la rotonda buscando encontrar a Beto. Miré entre la gente que esperaba el 378; Beto no estaba. Pasaron cinco minutos, si seguía esperando iba a llegar tarde. Cuando apareció el primer colectivo subí.
-¿Tenés monedas? - escuché a mis espaldas, era Beto que trepaba al estribo y que sin esperar respuesta dijo: - Sacame el boleto -.
Subimos y nos fuimos hacia el centro del colectivo.
- Siempre temprano vos - ironicé sin confesar que yo también había llegado tarde. Nos quedamos parados, Beto daba excusas, dijo algo acerca del despertador, mencionó viarias veces a Liliana e hizo algún comentario sobre lo poco que duraban las pilas.
Yo apenas lo escuchaba, estaba entre dormido y enojado, lo miraba, a veces, sin responder, cuando me parecía que el comentario intentaba ser gracioso esbozaba una sonrisa por cortesía.
Le pregunté la hora, cuando Beto respondió no lo escuché; me distrajo una morocha que iba en el último asiento. Tenía una minifalda interesante, las piernas cruzadas y medias negras. Iba dormida, la cabeza ligeramente apoyada sobre el pecho y una cabellera ondulada que apenas permitía ver su rostro.
Beto estaba de espaldas a la morocha, lo codee y se la señalé con un movimiento de cejas que no entendió.
- Qué?- dijo con un tono fastidiado, seguramente porque yo había interrumpido su disertación acerca del embrague del auto. - El embrague - sostenía Beto - es para un coche lo que la clase media es para este país: es imprescindible para realizar los cambios pero también es lo primero que tocan cuando quieren frenar.
Repetí el gesto de las cejas señalando a la morocha.
-¿ Qué boludo?- dijo Beto abandonando el tono académico.
- La morocha, boludo, en el último asiento - Beto se dio vuelta y miró a la morocha. Cuando volvió a mirarme tenía un gesto sobrador.
-¿Linda la morocha, no?, buenas gambas - dijo con sonrisa de idiota
- Vos la conocés - agregó malicioso y con la intención de quien propone un acertijo. Era el estilo de Beto, habría que adivinar, a lo sumo daría algunas pistas, pero la respuesta siempre se haría esperar, y aunque esa mañana yo no estaba con mi mejor humor, decidí seguirle el juego.
-¿De dónde?-
- Haga memoria... eso si, está cambiada -
- Dale boludo si casi no se le ve la cara.-
- Es lo de menos - dijo Beto apenas conteniendo la carcajada. Me contagió la risa y por un momento no pude hablar.
- ¿Es del barrio?-
- Vamos bien... pero no exactamente -
-¿Cómo?-
- Bueno, ‘era’ del barrio, o casi -
- Que sé yo, dame una pista -
- Hmm... potrero... - dijo haciéndose el misterioso.-
-¿Potrero ?- pregunté desconcertado. Intenté recordar el par de baldíos que había en el barrio en la época en que Beto y yo éramos mas jóvenes.
A Beto lo conocía desde muy chico y fuimos inseparables hasta casi los veinte años. Habíamos compartido demasiadas historias en ese lapso y las recordábamos casi todas; algunas nos tocó vivirlas juntos y las otras nos las habíamos confesado al final de cada jornada. Yo sabía esa mañana que por la forma en que Beto me apuraba, la morocha había sido alguien cercano a nosotros; Beto era rebuscado para dar pistas pero no engañaba. Intenté reconstruir alguna historia mas o menos amorosa que me uniera al baldío y a la morocha. Recordé entonces a Sandra, una petisa pechugona de la calle Roca con la que pasé un par de noches de verano en el baldío que daba a los fondos de la iglesia. Pero Sandra se parecía a la morocha tanto como el destartalado Renault de Beto se parece a un Fórmula 1.
-¿Sandra?, estás en pedo - dije casi enojado.
- Frío, frío como el agua del río - respondió cantando y riéndose.
- No sé boludo - dije riéndome y con un tono que ya era casi de súplica...
-¿Otra pista?: Cigarrillo, mejor dicho, el primer cigarrillo. Te acordás?
Sí, me acordaba. No hacía mucho tiempo me había vuelto a la memoria aquel recuerdo. Fue a los doce años en la casa de Luis un compañero de colegio. El primer cigarrillo que fumé era un Camel importado que el padre de Luis había traído del Paraguay. La confusión con la morocha era cada vez mayor ahora tenía que desatar un nudo hecho de baldíos, pechugona y cigarrillos si quería llegar a reconocer en la mujer del colectivo a alguien de mi pasado.
- Sí, me acuerdo - contesté bastante harto del jueguito - Pero...-
-¿Dónde fue?- Preguntó Beto con tono de profesor estúpido que se hace el tierno y el didáctico.
- En la villa de Madero -
- En casa de quién?- insistió Beto.
- En la casa del paraguayo - contesté cortante. El juego se me estaba poniendo denso y ya no soportaba el entusiasmo entre morboso e infantil que Beto ponía en la cuestión.
- Muy bien!...Y el paraguayo se llamaba... A ver, eh?, a ver... Te acordás ?
El paraguayo, Luis o Lito, un pibe bárbaro, no solamente me acordaba de él en aquel momento sino que había conservado siempre un hermoso recuerdo de aquel compañero extranjero, humilde, tímido y algo mayor que el resto del grado, que había perdido dos o tres años de colegio al venirse del Paraguay. Vivía en la villa de la calle Madero a una cuadra de Nogoyá y General Paz. Fuimos compañeros de sexto y séptimo grado y en esos dos años nos hicimos muy amigos; era una amistad que creció no tanto gracias al cariño sino más bien al mutuo respeto. Luis era un líder sin proponérselo; de poco hablar y con una risa silenciosa, lo poco que decía era escuchado y respetado por todos. Pero por sobre todas las cosas Luis era un tipo solidario, para él la solidaridad no era un concepto sino una praxis. Y la ejercía cada día, sobre todo si la oportunidad lo ubicaba en una cancha de fútbol. Luis jugaba de wing izquierdo, tenía una zurda hábil y elegante; era un dignísimo representante de su puesto: paraba la pelota, enfrentaba al marcador, amagaba para la derecha y salía por la izquierda, desbordando, pegadito a la raya, hasta el banderín del córner y desde ahí el centro casi siempre hacia atrás para dejar mal parada la defensa contraria. Con el tiempo ejercitó otra variante tanto o más efectiva que la anterior: enganchaba la salida de la gambeta hacia la derecha, se trasladaba en diagonal y se la tocaba corta al nueve casi siempre en buena posición para el gol. De esta forma estaba inaugurando sin saberlo un nuevo estilo que más tarde se impondría en la mayoría de los equipos modernos, cuando el wing dejó de existir como tal para convertirse solo ocasionalmente en el hombre de punta. Luis casi nunca hacía goles, y a pesar de ser el gestor de la mayoría de las victorias del equipo, pocas veces le tocaban la gloria y las felicitaciones. El eventual público de los picados y los propios compañeros de tendencias extremadamente exitistas y obsecuentes, casi siempre buscaban la amistad de los goleadores y sobre todo la de los autores de compadradas.
A Luis parecía no importarle, él era un jugador sacrificado y consecuente, que bajaba cuando hacía falta, que protegía a los menos dotados dentro y fuera de la cancha; era generoso y no le importaba renunciar a su porción de gloria si esto redundaba en beneficio del equipo.
Beto conoció a Luis en la época en que este empezó a venir al barrio a prenderse en los picados. Al poco tiempo todos preguntaban por Luis si faltaba a algún desafío. También ahí se había hecho respetar: era querido por los más nobles y los canallas le escapaban.
Una tarde en un partido caliente con una barra de Villa Herminia, el cinco de ellos me pegó de atrás cuando más embalado iba, caí mal, muy mal, yo era pesado y caí sin reservas, sin atenuantes, no tuve tiempo de reaccionar, casi no pude apoyar las manos y fui a dar con la cara contra el piso que era de tosca, tierra y piedritas.
Primero vi manchas blancas y grises, después todo se puso rojo; cuando me incorporé la nariz y las encías no paraban de sangrar y ahí fue que lo vi a Luis entre las manchas de sangre y el dolor; se me acercó, me miró y no dijo nada, me dejó cuando llegó el padre de un amigo.
Se fue a buscar al cinco, lo encontró, y sin decir palabra lo midió: dos golpes rápidos, el primero a la nariz, el segundo a la mandíbula, el cinco cayó de rodillas, tampoco dijo nada; cuando se levantó dicen que lloraba en silencio.
Después de esa tarde mi respeto y admiración por aquel compañero noble, se instalarían en mi corazón para nunca moverse de allí.
Volví a mirar a la morocha; seguía dormida.
- Luis, el paraguayo se llamaba Luis - contesté.
- Ah!, veo que te acordás... entonces?-
-¿Entonces qué?- Hice la pregunta y al mismo tiempo encontré la respuesta: La hermana de Luis, no quedaban dudas. Le había ganado el jueguito a Beto y había descubierto a la mujer.
La hermana de Luis, ahora la morocha de piernas cruzadas y medias negras que dormía en el último asiento, mantenía cierto parecido con aquel tiempo adolescente; no estaba tan cambiada como había dicho Beto.
Yo había estado bastante enamorado de aquella chica de doce o trece años, llena de bucles y ojos negros enormes. La había visto tres o cuatro veces y nunca me había animado a decirle nada, en parte por timidez, pero por sobretodo por respeto y tal vez, temor a Luis.
Iba a declararme vencedor ante Beto cuando la morocha, a la que no podía dejar de mirar abrió los ojos. Se incorporó en el asiento y miró hacia adelante. Así, en esa posición, empecé a coincidir con Beto respecto del parecido que la morocha conservaba con su pasado adolescente. Algo noble y al mismo tiempo cruel se entremezclaba en su rostro; como si una aldea pacífica y armónica hubiese sido arrasada por todo tipo de pestes y ejércitos bárbaros y al cabo de los años y luego de la tragedia, la aldea se reconstruyera con los restos de ambos, invadidos e invasores, en una síntesis que no por plural dejaba de ser patética. Sus ojos, los enormes ojos negros, se habían apagado y la nariz se había vuelto definitivamente cruel. Un gesto cansado invadía todo el rostro y sólo el cabello y el contorno de las piernas conservaban algo de la no tan lejana juventud.
A medida que podía distinguir mejor los rasgos de la mujer, algo ácido y punzante me golpeaba la boca del estómago.
Una angustia desesperada me iba invadiendo poco a poco, y un nudo en la garganta me impedía respirar. Tuve la tentación de largarme del colectivo en plena marcha.
Sentía que los ojos me dolían de furia, miré a Beto, su cara también había cambiado, ya no sonreía y me miraba con una mezcla de pena y terror. No continuó con el acertijo, el gesto burlón había desaparecido. Intentó excusarse:
- Mirá no pensé que te ibas a poner así, yo me enteré hace poco y me olvidé... - No dejé que terminara la frase.
- No es la hermana de Luis - dije mas afirmando que preguntando.
- No - contestó Beto y bajó la cabeza, mirando el piso.
Ahora entendía por qué Beto había dicho potrero y no baldío.
Yo, ante la confirmación de lo evidente me sentí más relajado.


Esa mañana el destino había demostrado una vez mas lo impredecible de su devenir. Esa mañana en la que el paso del tiempo mostraba al viejo amigo eligiendo otros caminos, hubiese querido ser yo más generoso. Hubiese querido darme a conocer, preguntarle si recordaba nuestra vieja amistad; rendirle homenaje al amigo compañero y solidario.
Hubiese querido abrazarlo y contarle que mi gratitud continuaba intacta. Pero no me animé; todos, incluso Beto hubiesen maliciado segundas intenciones.

Invierno de 1997.

5

Tsunami
El síndrome de Down no es contagioso.
Eso lo sabe cualquier hijo de vecino medianamente avispado.
Sin embargo hay quien se altera cuando un pibe Down ingresa al colegio de sus hijos.
A veces es más fácil pelearle al Tsunami que a la ignorancia.

Nadie está exento
La madre de todas las batallas se libra cada día.
Nadie está exento de morir aplastado por un camión, por la soledad o por la indiferencia.

Autógena
En la vida hay dos cosas que uno debe saber hacer: Soñar y soldar con autógena. Nunca se sabe de que manera un hombre irá a concretar sus sueños.

Susie
Susie es una mujer.
Como la gran mayoría de las mujeres en esta ciudad es psicóloga.
Como la enorme mayoría de las psicólogas, Susie es psicoanalista.
Como la abrumadora mayoría de las psicoanalistas, ella es lacaniana.
Como la totalidad de las lacanianas, niega serlo y dice: no…, yo soy freudiana.
Como toda lacaniana que se dice freudiana tiene dos premisas a saber:
Todo lo que Lacan haya dicho, no se discute.
Y todo lo que no haya sido dicho por el supremo lector de Freud debe ser puesto en duda cuando no refutado lisa y llanamente.

Susie tuvo polio y quedó renguita. Eso dice ella.
Hoy seduce con su cuerpo, su ternura y su inteligencia.
Y cuando se autocompadece, seduce menos.


Mario Mendez Andalus

6

La felicidad, esa desesperada.


"del vecino territorio del amor, ese desesperado"
M. BENEDETTI

"la desesperación está sentada en un banco"
J. PREVERT


Rápidamente descubrieron
que aquella plenitud
no los hacía necesariamente felices.

Que aquel movimiento sísmico,
aquellos maremotos de salivas y flujos
de cuerpos en ebullición
de miradas perdidas de placer
de párpados lentos
de bocas entreabiertas
de lenguas como bichas irreductibles,
los pezones tiesos,
la verga tiesa,
todas las cavernas, todas
calientes y húmedas y generosas
cada pliegue del cuerpo como una oportunidad;

que todo ese orgasmo
invencible,
imparable,
inmortal
no era la felicidad.
Incluso supieron que el amor
tampoco lo era.

Encontraron la felicidad en un rincón oscuro.

Un día se supieron mortales,
previeron desengaños,
inventariaron futuras traiciones,
imaginaron tedios y desencuentros.
“esto también pasará” dijeron
“nada mas amado que lo que perdí” sintieron.
Se pensaron sin futuro, sin dinero
sin un lugar y sin un tiempo.
Se vieron alejándose, digamos…para siempre.

Entonces desesperaron
y en esa desesperación fueron felices…
Fueron felices
combatiéndola,
en la faena por alejarla,
por desterrarla,
por no dejarse convencer
de que sus cartas estaban echadas;
por levantar la mirada
y verse codo a codo
sexo a sexo
boca a boca
sexo a boca
por verse cerca
y gustarles que así fuera.

Conocían sus destinos
y fueron felices enfrentándolos.

Hasta que un día… fueron derrotados.

Así que se quedaron sin futuro ni fortuna;
sin un lugar y sin un tiempo.
Y se alejaron, digamos…para siempre.

Cada uno por su lado vivió otros orgasmos
otros sudores y otros parpadeos.
Amaron a veces, y se sintieron plenos.
Convirtieron en campo de batalla
otras camas, otros bares, otros otoños.
Nunca mas volvieron
a sentirse desesperados.

Nunca mas fueron felices.

Y nunca, jamás pudieron olvidarse.



Mario Mendez Andalus




7

Yo Amo


Intento conjugar este amor,
entro en manuales, libros y biblioratos.
pregunto a maestros, profesores y letrados.
armo convenciones, cursos y seminarios.
Todos coinciden:
lo primero
lo principal
lo ineludible
es La Persona.
Entonces repaso:
en este amor hay un Yo
y a veces, sólo a veces un Tú
y hay un Él, la pucha, sí claro
y no siempre, muy pocas veces un Nosotros
en cambio nunca falta un Vosotros
y por supuesto un Ellos.
Ahora bien,
pregunto como seguir:
voy a liceos, academias, maestrías
alguien me dice como al pasar: El Tiempo.
¿Qué tiempo?
¿El de los relojes?
¿Los días? ¿Las esperas?
¿Los cigarrillos?
¡No Señor! (grita uno desde el fondo) en el mundo hay:

PASADOS
PRESENTE
FUTUROS
Me sonrojo, me da por tocer,
me da vergüenza no saberlo
y me disculpo.
Hago el intento
voy a pluscuamperfectos e indefinidos,
pruebo, me equivoco y vuelvo a empezar.

Ya tarde, por la noche
mientras todos duermen
y entiendo la importancia
de la Persona y el Tiempo
renuncio a continuar
y concluyo:
en este amor
la única conjugación posible
es la de la primera persona del singular
de este presente de algún modo indicativo.




8

Cuando ya no importe


“…nos hicimos asar corderos y servir vino,
allá en las tiendas del desierto
¡siempre en apariencia!”
P.HANDKE “Las alas del deseo”


“sería fantástico que todos fuésemos hijos de Dios”
J.M.SERRAT


Cuando ya no importe
el cielo será azul
y las uvas dulces.
Las mujeres serán
flacas y tetonas,
tendrán un lunar en la espalda
y sus sexos serán
húmedos y hospitalarios.

Cuando ya no importe
todos seremos hijos de Dios
y Dios será bueno y sabio
y no cruel y cínico
como hasta ahora.

Cuando ya no importe
cenaremos en las tiendas del desierto,
bailaremos alrededor de la hoguera,
seremos bellos y morenos
y nos besaremos en la boca.


Cuando ya no importe
dejarán de dar la hora los relojes y
no nos avergonzará abrazar
a nuestro hermano;

nos acostaremos de espaldas sobre la hierba
y miraremos el cielo…
no habrá temprano ni tarde
y todo, todo el tiempo será nuestro.

Cuando ya no importe
preferiré siempre
tu olor a tu perfume
tu cuerpo a tu vestido
tu mirada
tu sonrisa
tu voz.

Cuando ya no importe
nos abrazaremos en la calle
sin temor
sin indiferencia
sin mezquindad.

Cuando ya no importe
las mujeres querrán sonreír
como solo las mujeres saben hacerlo.

Cuando ya no importe
caminaremos descalzos por la arena
nos bañaremos desnudos en los ríos y los lagos
nos emborracharemos,
tendremos dulces sueños
y nos miraremos a los ojos hasta llorar.

Todo esto será
cuando ya no importen
nuestras pequeñas miserias cotidianas…
mientras tanto continuamos
con nuestra programación habitual.

Mario Mendez Andalus